jueves, 6 de agosto de 2015

MIL GRULLAS de Elsa Bornemann

En el último taller de lectura que hice en el primer semestre me encontré, al leer sobre literatura japonesa, con esta joyita de una escritora argentina que se fue de viaje hace poco (los escritores no mueren nunca, perduran en sus obras). Esperé hasta el día de hoy para publicar este cuento porque se cumplen 70 años del hecho que menciona el relato. Que lo disfruten.
Requiem por Hiroshima


Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos.
Porque ellos eran nuevos en el mundo. Tambíen, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando.
Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticia de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes.
Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.
¡Ah… y también se estaban descubriendo uno al otro!
Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio…
Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.
-No tengo hambre —le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía—. Te dejo mi vianda —y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.
Naomi… Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún…
El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llegó puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.
Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.
A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.
Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque…
Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque…
Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! —pensaron los dos al mismo tiempo.
Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a sus padres, hacia la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local.
Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas, -Para cuando termine la guerra… —decía el abuelo—. Todo acaba algún día… —comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi.
¿Y Naomi?
El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo.
Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.
El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus (1):

Lento se apaga
El verano
Enciendo
Lámpara y sonrisas.
Pronto
Florecerán los crisantemos.
Espera,
Corazón.

Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesorosde la curiosidad de sus hermanos.
El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a las tías ¡Era tanta la ropa para remendar!
Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que se cumpliese.
La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara nunca…
Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenía sus propios planes…
Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?
“Ahora”, Toshiro Pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?
En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima.
Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.
En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzan bambúes por última vez.
Una docena de chicos canturrea: “Donguri-Koro Koro- Donguri Ko…” por última vez.
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez.
Naomi sale para hacer unos recados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.
Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrán volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido.
Nadie será ya quien era.
Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.
Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios!
Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima, como tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre.
Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.
El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era frío exterior o su pensamiento lo que le hacía tiritar.
Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.
Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
-Voy a morirme, Toshiro… —susurró. No bien su amigo se paró, en silencio, al lado de su cama—. Nunca llegaré a plegar las mil grullas que me hacen falta…
Mil grullas… o “Semba-Tsuru”, como se dice en japonés.
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte. Después, las juntó cuidadosamente antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.
-Te vas a curar, Naomi —le dijo entonces, pero su amiga no le oía ya: se había quedado dormida.
El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.
Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados) entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí.
Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.
En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas.
Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho.
La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.
Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía, el muchacho se encontraba pasando hilos a través de las siluetas de papel. Separó en grupos de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban
de un leve hilo de coser, una encima de la otra.
Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras dentro de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de sus primos.
No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.
-Prohibidas las visitas a esta hora —le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, Por favor…
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma aparentemente impasililidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: -Pero cinco minutos, ¿eh?
Naomi dormía.
Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió.
Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.
Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.
-Son hermosas, Toshi-kun… Gracias…
-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas —y el muchacho abandonó la sala sin darse vuelta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana.
Los ojos de Naomi seguían sonriendo.
La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?
Febrero de 1976.
Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres.
Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.
Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.
Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de las máquina de calcular.
Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más sofisticados restaurantes…
Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe de creer en aquella superstición japonesa.
-Algún día completará las mil… —cuchicheaban entre risas— ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?
Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero.



(1) Haiku: tipo de poesía japonesa.
Elsa Isabel Bornemann (Buenos Aires20 de febrero de 1952 – íbidem24 de mayo de 2013) fue una escritoraargentina para niños, jóvenes y adultos. Fue Profesora en Letras, egresada de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Ejerció la docencia en todos los niveles, dictó numerosos cursos y conferencias e integró variedad de mesas redondas y jurados.

domingo, 29 de marzo de 2015

PROMESAS DE CAMPAÑA

     Las encuestas para las próximas elecciones presidenciales lo posicionan al Ingeniero Macri con guarismos muy alentadores para sus pretensiones de gobernar el país. El último acuerdo con la UCR le dará en el interior la infraestructura que era su costado más flojo a nivel nacional. Claro, habrá que esperar para ver como van a reaccionar las bases del radicalismo con relación al compromiso asumido por sus autoridades, sobre todo después de las últimas declaraciones de Mauricio sobre la nula participación que tendrán los radicales después de unas paso que el PRO está seguro de ganar.

     Con este panorama, Macri, ya lanzado en campaña, tiró toda clase de promesas, directas e indirectas, para endulzar los oídos de sus posibles votantes, entre las primeras se cuentan eliminar las retenciones a las exportaciones agropecuarias – los miembros de la sociedad rural ya están comprando champan – y el impuesto a las ganancias a los trabajadores en relación de dependencia – supuesto motivo del paro del próximo 31/03/2015.

     Cuando le preguntaron como iba a suplir la disminución de ingresos presupuestarios que estas dos medidas traerían aparejadas, respondió: “con buena administración”. No cabe duda que si la disminución de un ingreso no se reemplaza por otro ingreso, la única forma de equilibrar el presupuesto sería bajando egresos o incrementando deuda. Esto suena a ¡¡AJUSTE!! Ya ha dicho que los sueldos son un “gasto” y que el trabajador debe ganar lo mínimo indispensable para hacer sustentable el negocio de su patrón. Los empresarios demostraron en la cena de recaudación de fondos para la campaña, que apoyan estos razonamientos. Y lo aportado no va a ser “gratis”.

     Con respecto al impuesto a las ganancias, si bien es cierto que sólo una parte de los asalariados paga impuestos a las ganancias – (el oficialismo dice 10%, es posible que sean un poco más, pero seguro no pasan del 20%) – y que el impuesto que se termina pagando, alrededor del 10% de los ingresos anuales, está entre los índices usuales en casi todos los países, y en muchos casos es menor, el problema radica en que, los que pagan, hoy están pagando cerca de 3 veces mas de lo que pagaban la última vez que se ajustó el mínimo no imponible. Esto, sin duda, aún cuando el resultado final, como ya dije, está dentro de los porcentajes internacionales, resulta, cuanto menos, molesto para el contribuyente. Algo debería hacer el gobierno al respecto. Pero eliminarlo tampoco sería justo. Que el CEO de una empresa, nacional o multinacional, que cobra un sueldo de $ 100.000 o $ 150.000, no pague impuesto a las ganancias es un despropósito.

     Otra de las promesas de campaña fue que el 11 de diciembre liberará el mercado cambiario. Esto ni sus propios asesores económicos lo pudieron justificar. El resultado sería una corrida cambiaria, con megadevaluación del peso, generando un alto impacto en los precios y en los salarios de los trabajadores.

     De más está decir, que todas estas medidas irían en desmedro de los programas de salud, educación y vivienda, es decir el gasto social.

     Ahora bien, todas estas medidas, no son, ni más ni menos, que el resultado de la coherencia que tiene el ingeniero Macri, entre sus dichos y sus hechos. Basta para ello analizar su gestión en algunos temas puntuales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Mauricio promete bajar los impuestos a nivel nacional, pero en la ciudad, subió el ABL, los Ingresos Brutos y el Impuesto de Sellos en forma continuada estos últimos siete años. También subió las tarifas del subte (+309%), desde que se hizo cargo, y los peajes de las autopistas urbanas (1.200%).[1]

     La deuda de la Ciudad era en 2007 de 548 millones de dólares. A fin de 2014 la deuda era, en dólares, 2.134 millones. Todos los años, menos el 2010, la Ciudad tuvo déficit, acumulando en los siete años 8.584 millones de pesos. No obstante, los presupuestos de educación y vivienda siempre estuvieron subejecutados. Ahora, “la inversión se mantuvo en el 16% del presupuesto, cifra alcanzada en los años previos al PRO, sin recurrir a deuda externa. Esto significa que 84 de cada 100 pesos que ingresaron por impuestos, por préstamos o por la dinámica económica, se consumieron en gastos corrientes, con contratos de servicios cada vez más onerosos con amigos del sector privado, como el de la basura”. [2]

     He leído unos carteles que dicen: Mauricio en el País, Gabriela en la Ciudad, y aunque Mauri le dio su apoyo a Rodriguez Larreta, en ambos supuestos, comparto lo agregado por un representante del graffiti porteño:
¡¡Y nosotros en el horno!!

Osvaldo Villalba
29/03/15







[1] Federico Schmalen -Tiempo Argentino – Domingo 22 de marzo de 2015
[2] Juan Cabandié – diario citado